Sierra de Grazalema. Por Juan Tébar
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Juan Tébar (Cádiz, 1966) fotografió en 2009 a un buitre leonado que devoraba carroña en Los Alcornocales pero lo hizo desde una perspectiva inédita. Instaló su Canon en las mismas entrañas de una cabra doméstica muerta. Aguardó a unos metros de distancia, disparador inalámbrico en mano, hasta que las sombras aparecieron en el cielo, planeando en círculos descendentes, alrededor de la pieza. En unas pocas horas, los primeros cuellos emplumados se habían abierto camino hasta el festival de casquería. Cliiiic.
Aquel instante valió a Tébar el premio al mejor fotógrafo de vida salvaje de Europa, un galardón que entrega la asociación alemana GDT y que es una cima para los profesionales de todo el mundo. “Los buitres son muy desvergonzados cuando tienen hambre”, bromea el gaditano mientras conduce su cuatro por cuatro por los carriles que rodean el río Majaceite, en El Bosque, donde reside desde hace años y donde nos ha citado para hablar de su trabajo, un retrato único y desconocido de la provincia de Cádiz.
Tébar debe rondar el metro noventa y los mismos kilos; es de tez blanca, foránea; enfermero por una cuestión de supervivencia; fotógrafo de naturaleza por vocación; y un apasionado de las aves y del vuelo. Ha publicado 14 libros sobre las especies de la Bahía de Cádiz, sobre la Sierra de Grazalema, Los Alcornocales, sobre los rincones desconocidos de Andalucía y sobre la vida del Guadalquivir, entre otras temáticas. Y su trabajo ha ilustrado decenas de publicaciones más.
No recuerda con nitidez cuándo empezó a hacer fotos, como no se suelen recordar las cosas que uno ha hecho durante toda su vida. Quizás, fue cuando tenía 15 ó 16 años, y cayó en sus manos una robusta Olympus OM10, perfecta para el “ensayo y error”, que fue la única academia fotográfica de Tébar. “Ensayo y error. Algún éxito”. Algún resultado ilusionante. Lo suficiente como para, algunos años después, dar un salto hasta una Contax 167 MT con su primer salario en el Hospital de Mora, en Cádiz.
Y de ahí, a su primer teleobjetivo, un Novoflex 600, alemán, un artefacto que podría confundirse con un arma pesada si se sujeta con ambas manos. Tébar había ingresado en el grupo de seguimiento de aves acuáticas de la Bahía y, tras participar en distintos programas de censo de especies, la naturaleza pasó a formar parte de su forma de entender la fotografía. Se convirtió en una oportunidad de “mejorar sus habilidades técnicas” y de plasmar la belleza de “ecosistemas ideales”, como aquéllos en los que habitan las aves marinas, apunta el fotógrafo, que, de tener que elegir, se quedaría con un “pequeño correlimos de la Bahía de Cádiz antes que con un águila calzada”. “O con un acantilado lleno de pájaros en las Islas Shetland…”, se relame.
“Todo, todo lo que ganaba lo invertía en la fotografía, en equipos, en viajar”, recuerda el gaditano. Viajar. Al Atlántico Norte. A Escocia, a Noruega, a la búsqueda de las más singulares colonias de aves marinas. Ir a Irlanda y volver con “300 rollos de película”. Ir a Kenia y a Tanzania, “la meca del naturalismo”, y volver con 500 rollos.
“Empecé a enviar fotografías a concursos y mi nombre empezó a conocerse en ciertos círculos. Publiqué mi primer reportaje en la revista Bird Watching sobre aves en el sur de España, era el 96 o el 97, creo que ningún fotógrafo español había publicado allí”, presume Tébar. Después, vinieron más títulos, más revistas, y el autor tuvo así la oportunidad de empezar a publicar sus trabajos en la editorial Lunwerg, con sede en Barcelona y una alta especialización en la fotografía de autor.
Aquéllas eran ediciones bajo guión. Algunas tenían textos de Joaquín Araujo, el naturalista español que acompañó a Félix Rodríguez de la Fuente en proyectos como la Salvat de la Fauna ibérica y europea. El autor cobraba mitad por adelantado, mitad a la entrega del material. Eran encuadernaciones de lujo, “incluso en cajas”, que llegaban al mercado español y latinoamericano con tiradas superiores a los 10.000 ejemplares con entre 500 y 700 fotos por unidad. Auténticas rarezas.
Tébar explica que los ingresos de esas publicaciones le permitían solicitar excedencias en su trabajo de enfermero para dedicarse plenamente a la fotografía durante algunos meses, pero que los encargos nunca fueron suficientes como para vivir del disparador. “Nunca lo vi claramente como una opción profesional y, desde hace cinco o seis años, mucho menos. Los encargos, con la crisis y con internet, casi ni se dan. Hay gente que regala sus fotos con tal de verlas publicadas. Después, Planeta compró Lunwerg… Ahora las editoriales prefieren tirar de archivo que encargar nuevo material”, asume el fotógrafo gaditano.
Él ha vivido la explosión digital. La de cámaras cada vez más complejas, con más opciones, con más cadencia de disparo, más rápidas, con más megapíxeles, con más tecnología. Más caras. Y también ha vivido las consecuencias de esta popularización de la toma de imágenes. Entre ellas, la llegada a la primera línea de la fotografía de naturaleza de muchos fotógrafos que eran “muy buenos en esencia” pero que no tenían capacidad económica como para invertir en material. Es lo que Tébar llama “fotógrafos dormidos”, gente con un “talento enorme” y que ahora despunta.
En la otra cara de la nueva era, la negativa, está el fenómeno “todo el mundo es fotógrafo”, que ha provocado la irrupción en los escenarios de novatos que “carecen de conocimientos y sensibilidad” para acercarse a la naturaleza. “Gente que altera los ecosistemas, que puede malograr incluso puestas de huevos, que no entiende que el respeto es lo primero y que la fotografía es lo último. Con la llegada del digital, a veces esto da asco”, lamenta Tébar.
“Respeto”, sobre todo. Después viene el conocer “dónde, cuándo y cómo”, y que se den todas las circunstancias para hacer la fotografía tras un “enorme trabajo” de planificación. “Esto no es aquí te pillo aquí te mato. Una buena fotografía nace en la mente del fotógrafo mucho antes de pulsar el disparador”, sentencia Tébar.
No cuesta imaginárselo escondido en su hide (caseta de camuflaje), en un punto recóndito de la Sierra de Grazalema, aguardando el movimiento preciso para fotografiar a una pareja de águilas culebreras en su nido mientras calientan el único huevo que tienen por puesta. O en Vejer, donde ha vuelto a anidar el Ibis Eremita, un ave tan entrañable como peculiar que “quizás sólo sea posible encontrar en la comarca de La Janda”. O en Huelva, esperando la hora del almuerzo de un hábil martín pescador para hacer una fotografía con la que ganó el primer premio en el certamen fotográfico de medio ambiente de Colmenar Viejo en 2008, del que dicen que es el más reputado del país.
¿Cómo hizo aquella foto? “Un amigo me dijo en qué lugar había encontrado al martín. Sabíamos que vivía en el río y lo observamos durante semanas desde un túnel en el que nos refugiábamos. Descubrimos dónde iba, cuáles eran sus posaderas y cómo poco a poco se acercaba a ese túnel. Le habilitamos una pecerita y al final, un día, conseguimos que confiara y que pescara allí”. Un flash suave y cliiic, martín pescador en plena faena.
En la fotografía de naturaleza el porcentaje de fracaso es “altísimo”, sostiene Juan Tébar. Tanto como del 90 por ciento. “De cada 100 salidas, en 90 no consigues lo que quieres. Porque el bicho no entra, porque la luz no es la adecuada, por mil razones. Es muy doloroso y frustrante a veces. Y requiere un gran esfuerzo y una paciencia enorme. Esto no es para gente que viva con prisas o quiera resultados inmediatos”, reflexiona.
Más, para quien se dedique a la fotografía de naturaleza en España, donde los animales tienen un “pánico” especial al hombre, según revela Tébar. Él se sorprende por cómo en otros países, “de los Pirineos hacia arriba”, la fauna no huye, es “confiada”; recuerda cómo en Inglaterra puedes ver a un estornino comiendo grano en una plaza pública; o cómo en Kenia puedes tener a los ejemplares más increíbles de la gran fauna a sólo unos metros de ti, a búfalos, a rinocerontes, a leones y tú, “como uno más”. “Supongo que debe ser que aquí están curados en salud por los años de persecución”, esboza. La cultura natural.